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Las Libertades de Juan Vallejo El Golpe Los ojos del Golpe
      El pintor Juan Vallejo, a través de 30 miradas, a transmitido el lenguaje de el Golpe al espectador. Ha jugado con los ojos de unos personajes que protagonizan el transición a la democracia desde la dictadura franquista.
Los ojos del Guernica, desde el tenebrismo picarsiano, al caleidoscopio de retinas de el Golpe, siguen mirando al espectador de esta impresionante obra.
Juan Vallejo Juan Vallejo
      Los ojos de la angustia, así podiamos clasificar a estas pupilas expirantes, tal vez yertas en el escalón, varadas por la descapitación canallesca de la cabeza que las cobija. Mirada de infinito y de esperanza cristalizada en esta ejecución, presentada al pueblo al congreso en un gélido reflejo de la larga noche española que hincó sus garras de betún en el violeta esperanzante de la República. El rostro puede ser de una anciana, de un hombre, de un luchador, de un fusilado. La cara sin embargo es de uno cuya angustia y valentía han quedado solidificados en las órbitas de hielo y hiel de estos ojos.       La marioneta, el títere: mira lo que le hacen mirar, ve lo que le hacen ver. Sonríe, pero los ojos tienen pánico en las pupilas amarillas. Su visión está manejada por el arlequín que acompasa la obra de el Golpe como un siniestro manipulador de personajes que teje y entreteje en su cónico sombrero por donde aparece el huevo que espera su turno para estrellarse en los peldaños en donde el pueblo está representado; en ellos ya hay un huevo estampado y frito por el sudor y el ardiente genocidio. Es el símbolo del pueblo, de su rudimentario alimento; el reflejo de su humilde condumio secuestrado por la dictadura del títere.
Juan Vallejo Juan Vallejo
      Ojos de filósofo tabernario, del pueblo roto, entre el porrón, la guitarra, el botijo y la muerte. Ojos de lucha y silencios acogotados por la ira. Pertenecen al pueblo rebelde en lucha transitoria. Su dueño tiene un porrón con ojos de gallo en su panza. Intenta saciar al caballo del General Pavía para poner ebrio su ya ebria soberbia. Cantará el amanecer de una nueva república con su relincho de noche. Son ojos que esperan, duermen y miran. Es la vida misma que tiene su cama en ellos; un lecho capaz de mecer la libertad y un sueño de letargo que dura cuarenta años.       Estos ojos miran al espectador, el que está en primer plano, y al suceso que acontece entre la mutación del equino. Es un personaje que intenta lanzar una piedra desde la parte inferior del lienzo. Responde a la agresión terrible del ser que emana del espiral y lento caracol: una mutación babeante de la represión que marca a este manifestante manco, que se defiende de la represión de la dictadura. Sus ojos son avizores, espectantes. Ven perfectamente su destino y el objetivo que pretende la piedra. Observan profundamente el acontecimiento del hecho represivo y el mundo del espectador, acaso su propio pueblo dolido y represaliado. Son ojos de valentía y miedo a la vez.
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      Clero, disfraz, antifaz, muerte, españas mirándole: Noche y día , blanco y negro, ojos de perdón y complacencia, de bendición y extremaunción. Son los ojos de una cura viudo de libertad con un monóculo extraído de su órbita para mirar, hostia en triste, la España irredente convulsa, licuada con su signo desde el altar mayor de la Capitanía-Catedral de Burgos. Es un monóculo su mirada, por su ojo sólo penetra la España de Franco: sacramento euncarístico de alfanje-hisopo, de faja-estola, de báculo-fusil.       Los ojos de este personaje, retransmiten el espectáculo de un guardia civil intentando secuestrar la libertad del pueblo en el Congreso de los Diputados. Es un periodista, micrófono en mano relatando el circo, el mas difícil todavía. Es el mismo pueblo mirando a través del iris amarillo, llorando lágrimas rojas de sangre vieja y nueva; la de los de la guerra civil, la de los muertos en la transición.
Ojos de una prensa amarilla y colaboradora con la libertad y con la dictadura, ojos del pueblo en suma.
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      Europa asoma su curiosidad, su asombro, su desdén, su espectación; acaso su preocupación por el desgarro de uno de sus miembros. Rostro verde, a través de una tronera con fondo de noche, mira en verde la siega atormentada de la libertad. Sus pupilas blancas reflejan violetas y presión: lutos y mares encendidos en sangre de hermanos.       Este es el ojo infinito de la libertad. Sobre el blanco de la vida se desarrolla espiral y límbico, dejando una pestaña horizontal que abre, en su parpadeo, la noche de España. Como una lágrima surtida de este llanto, lágrima nívea y holística, este ojo abarca el átomo y el planeta. Mira en cada punto de su elipse; es un ojo que contiene infinitos ojos.
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      Estos ojos salen del caracol mutante, de los cuartos traseros del caballo. Son de un cuerpo babeante, represor; son ojos de una lentitud que reprime y mata, que asignan dos miradas letales al pueblo al que aporrea sin piedad. El personaje dueño de estas pupilas de hiel, tocadas con un gorro militar, es el del centro del cuadro, revestido con un genético ropaje que lee su ascendencia y profana su estirpe, hace de jinete emulando al General Pavía en su caballo, desguazando la primera libertad, la primera República. El fondo de su memoria, de estos ojos de odio y golpe, es el de la noche solanesca, lorquiana, con una luna de sangre reverberando el espectáculo.       Esta figura, estos ojos abiertos, desorbitados, cuyo fondo es la noche, enarbolan el puño hacia la luna de sangre y vino; gritan, escupen y proclaman la libertad ante el brutal manporrero que signa el viento con la porra y la pistola. Sus ojos tocados por un cono, como si un arlequín saltara el amanecer de la democracia en una comba que configura la forma y sujeta el fondo de este personaje luchador.
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      Este ojo pertenece al personaje encerrado en el toro que ocupa la parte derecha del cuadro según lo miramos. Mira de frente a otro ser, a otra cabeza que enfrenta su córnea, su iris, su pupila, sus párpados, como si dos oráculos impregnados de odio, circuncéntricos de sangre y noche, se miran conjugando la ira de dos españas sumergidas en el negro manto de la piel del toro. Las dos españas que hielan el corazón, las de Machado, las del año 36, las siguientes de la transición, las de ahora mismo.       Antagonista y protagonista este ojo de odiode la otra España ¿cual de las dos? Inyectada en rabia, venganza, quién sabe de qué esta pupila, esta ojera. Como el párpado vidrioso, el ojo saltón y desorbitado de un gallo asesino que pretende romper la mirada de su contendiente con el estallido del propio ojo. Su dueño, ocupa la parte izquierda del toro, de cuarto tresero (según observamos el Golpe). Las cabezas que se odian como dos blancas máscaras, hacen coincidir sus ojos en la noche y en el día, observándose sin cesar, como una eternidad de desazón, de envidia y delación.
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      El toro mira el espectáculo. Vallejo le ha hecho protagonista. Con las banderillas (una lleva los colores de la España levantada, el rojo y gualda, la otra la de la España democrática, republicana) sangrando la noche de su piel, clavadas por los personajes que transporta en su vientre. Una de ellas, la de tricolor vestido, penetra en las encías del facineroso que mantuvo la dictadura durante 40 años, abriendo sus fauces para mostrar al gentío su oración de hiel. Es un ojo de círculos negros entumecidos, cuya mirada de espanto llora guindas cuajados de entumecida sangre. Es el ojo del toro lleno de miedo obligado a cornear la sumisión, la insumisión, la guerra, la paz obligada. Un ruedo dentro de otro ruedo; la noche en la noche.       Este es el ojo del frío, de mirada impasible, inexpresiva, gélida. Mira y no ve, no parpadea nunca, no titubea, es un ojo de cristal; su vida es la no vida.
Pertenece al dictador Franco y surte de sangre sus cuencas, el hoyo en donde nace, el lagar en donde fermenta, la sangre de la España que vendimia, que cosecha con su alfange.
Por este ojo se pasean los fusilamientos de millares de españoles inocentes que ahora yacen en las cunetas y vaguadas de caminos por donde la vid renace a la libertad.
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      Ajusticiados. Este es el ojo de los ejecutados. Por mucho que le intente tapar la historia con su antifaz, el tiempo con su inmemoria, el ojo, la mirada, la vista; lo que vieron, a quiénes miraron, nos delatará siempre. Mira de frente a sus verdugos, sujeta la cuerda rústica que desata la gavilla de su recolección, el fruto de su lucha por la libertad, la llave que abre el ala, el mecanismo, el ojo de la cerradura de la paloma que observa como le ejecutan desde la ventana. Un ojo que navega por nuestra edad, la edad de nuestros hijos y nuestros padres, los que pasaron la guerra civil de España y nos dejaron estos testimonios que penden como un péndulo la vieja clave de la libertad, la olvidada llave de la democracia.       El caballo de Pavía, el roto equino que muestra Troya en su mecano, el Clavileño de ficción, de farsa que Sancho temía montar en sus ancas por no ser caballero, es el dueño de la mirada al espectador que observa la obra de Juan Vallejo.
Es su rocín dividido en tres partes, un rompecabezas, cuya vacia grupa se convierte en la casa del represor, de la dictadura. Una concha que emana el terror y el inseminador miembro anillado, la verfa que genera las Españas del odio, de la diversidad. Es impasible esta mirada, parece ajena al espectáculo; pero su pupila decaída muestra la ebriedad, no en vano el filofóso tabernario le administra con un porrón ¿sangre? ¿alcohol?
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      Un ojo de un mago, un peligroso predistigitador tocado con el cono nidal en donde un huevo espera estamparse contra el estrado. Es el manipulador, el embaucador, el demagogo que maneja a la marioneta, al títere que mira lo que le hacen mirar. Es el ojo de un manipulador del pueblo. Mira investido de arlequín, de fiesta, al pueblo atolondrado con sus prédicas. Su boca charlatana, permanece predicadora, como sus ojos, miran sin cesar prometiendo la España del oro a través de la sangre, por ellos sus anillos oculares son ruedas de fusilados por los que la noche se cierra inexcrutablemente.       El ojo derecho del mago, del peligroso parlanchín que dirige a las masas su discurso de miedo.
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      Pertenecen estos ojos vivos y llenos de luz al obispo hueco que estira su mortaja y su siniestra bendición por encima del dictador, de las dos Españas, de los personajes aledaños al fusilado. Sus brazos son remos a modo de peces que navegan su báculo metiendo al dictador en su santuario. Su vida es de cartón, está hueca y en su vientre seccionado están las 30 monedas por las que traiciona, bendice, vive y vende sus bulas. En su faldón episcopal, un reloj muestra la hora de la traición, las 18'26, la hora en que el golpista entró en el Congreso. Un reloj gótico cuyos números antiguos ocupan la mitad de la esfera: un reflejo de la memoria y de la historia del clero español consentidor del fascismo. Un túnel viaja a gentes por el tiempo, por la historia de España, que cuenta con los números del mediodía, de la luz, de la esperanza. Una calavera mira siniestra y amenazante al obispo: es su amuleto su bagaje para urdir su hechicería.       Paloma mirante, varada, con ojos de espera y llanto; así es la libertad: esperar. En la ventana del mundo aguarda sin pestañear el final de la comedia. Ahora, en el entreacto, la transición como un sainete improvisado.
Mira la llave pendular, atada a la cuerda del ajusticiable que la pende con fuerza para trazar los círculos de la espiral que inicia la libertad, eso es lo que le obsesiona. Espera que alguien la introduzca en su ala para abrir el vuelo prometido.
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      Ojos de castellanos, vascos, gallegos, andaluces, extremeños, asturianos, levantinos, cántabros, isleños, etc. Ojos de una España prural que miran la danza del fusil y aguardan el final de tanta salvajada. Se miran a si mismo para relatar el mundo la tragedia del ojo por ojo, del vecino contra el vecino.
Son ojos que tañen la guitarra, que ahorca con sus cuerdas las notas de la libertad, que toca la ronda de la noche larga de 40 años sin amanecer: un ojo contra un ojo; opuestos, rivales, contendientes, ciegos.
      El aspa cruzando la cruzada de la mirada siniestra. Un ojo tachado, tuerto, invalidador. Sirve para la siniestralidad, para crucificar la libertad. Es el ojo del golpista que cruza sangre y noche en un simple parpadeo, de un solo gatillazo, un ojo que aspa a los otros ojos del hemiciclo, a las semicirculares retinas que miran lo que muestran las Españas que les lloran.
Es el ojo de Tejero, del títere peligroso que secuestra la libertad.
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      El ojo izquierdo del Guardia Civil siniestro que, pistola en mano apunta el tórax de la libertad en el lado izquierdo del cuadro según le miramos.
Ojos violáceos de funeral y cuaresma, de filibustero y marioneta. En el ángulo en donde ubica su ojeriza, esta el vacio de su calavera, la expone son su estravismo y nos enseña la concavidad de la vaciedad en donde nada genera pues sólo hay cenizas de muerte.
      Mirada de muerte, pupila yerta, pertencen al ser que grita, que reclama la libertad para su pueblo. Es de una cabeza decapitada que ocupa la esquina de un escalón. Tras ella están los últimos fusilados en las tapias de cal y arena, tapias de la Almudena, de Estépar, de tantos pueblos y barrancos en donde Viznar gritó lunas de sangre. Es un ojo sin vida pero que pide vida al horizonte en donde miraba y que se refleja en sus párpados.
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      Tiene este ojo en su destino un punto en el que hacer diana. Bajo los pies de los que luchan por las libertades, bajo el vientre del represor lento que emana babeante del caracol-caballo, intenta lanzar una piedra. Es el arma rudimentaria que le ha dejado la dictadura para clamar su barro, el agua que le mete en la desesperanza de ver a su pueblo degollado por la intransigencia. Hay odio y sed en esta mirada , en este ser que planta su medio cuerpo en la base central de el Golpe.       Un ojo que se burla, que pide la explicación de su insuerte, que satiriza la reunión de los contendientes. ¿Dónde vas? ¿qué haces? parece decir con su perspectiva, su ojeriza, su poliédrica dimensión. Se enfrenta al represor, al lento aprendizaje de la tortura de la ira que vierte, porra en mano, el salvaje guardia de asalto del centro del cuadro. Refleja mucho de la idiosincrasia del pueblo español. Saca las pestañas y la lengua su dueño para dar paso a la burla. Burlesco ojo, quebradesca mirada.
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      Miran por debajo de los pies del propietario de estos ojos. Miran como pisan la cabeza de un vecino. Parece un colaborador, un delator de los levantados, de los insurrectos, los que proclamaron el terror de 40 años.
El odio que infligen estos ojos en el pesonaje al que aplastan con su mirada, es tan evidente que se instala en los planos nasales, en las ojeras, con surcos de siembra y siega, cual si fueran una eterna cosecha en dos Españas de profunda animadversion.
      Pertenece al pez que sujeta el báculo del obispo navegante en su hueca barca de muerte. Es el símbolo del remo que predica el milagro de los panes y los peces.
Sus manos no existen para el trabajo, se han mutado en pesca, en redes para arrastrar al pueblo a la dictadura.
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      Es del otro pez que aletea la singladura del obispo. Apunta al lado derecho del cuadro según lo miramos. Mira al futuro de su trayectoria, embarcando el escenario a un puerto de bendiciones y condenas, de anatemas y dogmas. Define a la iglesia táctica y poderosa de la dictadura y la transición, de la cosida al Estado español del siglo XXI.       Un ojo derecho. Rabia, odio, impiedad. Apunta como un honda a punto de escupir la piedra de su badana. Acaso a la paloma libertaria que está a tiro; tal vez a la libertad que va abriendo la noche. Es el personaje que está a punto de escupir la piedra bajo el caballo; el propietario del otro ojo que hemos descrito anteriormente. Si en el izquierdo el odio abría la retina, en éste la reduce hasta un punto, hasta un objetivo. Son ojos de dos Españas que se odian y se miran sin transigir.